Ni ventanas, ni techos, ni cielos

No me sale ordenar ni oraciones ni párrafos, tampoco puedo racionalizar algo que siento ni encontrarle explicación a por qué lo que más queremos siempre se va primero. Capaz suelo escribir en plural para encontrar alguien a la vuelta de casa o en la otra punta del mundo que pueda sentir lo mismo que siento yo. Si puedo hallar un mínimo de emoción ajena similar y capaz de entender lo que me palpita en el pecho me sentiría aliviada. Y va más allá de la incomprensión, el encierro en uno mismo y coso. Está total y completamente interpelado por el hecho de que desde que me se me aflige el corazón necesito un abrazo.

Pero sigo: encuentro relación directa a porqué todo lo que más amamos se va primero con que, en fin, todo, algún día, se va. 

No estoy en condiciones tampoco de poner en palabras lo que sentís los días previos a que alguien se te vaya para siempre sabiendo que no va a volver. Una molestia frecuente en los enamorados es que jamás van a volver a experimentar lo que sintieron en ese momento cúlmine de felicidad, como si el amor fuera una única chance en una sola vida.

Hace días que duermo con la ventana abierta esperando que alguna noche sea diferente a las otras; y todos los días salgo a la calle mirando hacia el cielo.

Un poco el desahogo va acompañado del cansancio de escribir de ternura y buscar siete conectores y tres adjetivos que se unan tan perfectamente que quede resonando mi frase por semanas enteras. Es que estoy cansada de la ternura cuando existe la bronca y el dolor, y capaz llegué al límite de amor en donde se me hace necesario escribir de tristeza. De que todo lo que ahora me hace feliz mañana será triste, una y otra vez, porque las cosas, de nuevo, se van.

Es que si no nombro la bronca es como si no existiera, y si no la hago existir estoy tan, tan segura de que no se va a ir. 

Empieza a hacer frío y sé que igualmente voy a dejar la ventana abierta esperando que entres. No lo nombro ni por piedad ni por lástima, sino con la esperanza de algún día dormir con la ventana cerrada y de salir a la calle sin mirar ni techos ni cielos.

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